Ya era noche cerrada en el observatorio y los visitantes exclamaban asombrados mientras distinguían los anillos de Saturno tras el telescopio, después de haber tocado fragmentos de antiguos meteoritos en nuestra sala principal. La cúpula grande, no muy lejos, se abrió y, con un delicado sonido, su telescopio comenzó a desplazarse a través de las estrellas. Nuestro amigo Eric, desde Gérgal, movía silenciosamente los hilos, viajando hacia un oscuro lugar del firmamento en la región del Cisne. El grupo de visitantes, abajo en la explanada, siguió observando diferentes objetos, desde cúmulos de estrellas hasta lejanas galaxias, pasando por nebulosas donde estaban naciendo estrellas. Ni ellos ni yo éramos conscientes de lo que el potente telescopio de la cúpula estaba inmortalizando, una tarea a la que estuvo dedicado durante las 10 noches siguientes.
El cielo no es oscuro: mires donde mires siempre hay algo llamativo, gas, polvo, algo que rompe el silencio, y si no ves nada es que no has mirado de la manera adecuada o el tiempo suficiente. Lo que el telescopio C14 Edge HD de la cúpula estaba fotografiando esa noche era algo, por definición, invisible: un agujero negro.
Imagina una estrella tan inmensa que, al morir, lo hace de forma explosiva, dando lugar a una supernova que revienta y esparce casi todo su material al exterior. Lo único que permanece es su núcleo, comprimido al extremo por su enorme masa, generando un campo gravitatorio tan potente que no deja que se escape ni la luz siquiera. Esta es la naturaleza de los agujeros negros de masa estelar, un tipo de objeto que fue predicho hace más de 250 años años por dos filósofos, John Mitchell y Pierre-Simon Laplace. Einstein, Schwarzschild u Oppenheimer son algunos de los nombres que durante el último siglo trataron de calcular las matemáticas que imperarían en estos monstruosos objetos, si es que existieran.
En 1964 se detectó una fuente de intensos rayos X provenientes de una zona de la constelación del Cisne, justo hacia donde apuntaba nuestro C14 Edge HD hace unas semanas. Unos años después se descubrió que esa fuente también emitía ondas de radio, y se pudo focalizar la emisión a una estrella conocida como HDE 226868. Sin embargo, al estudiar esa estrella quedó claro que la radiación detectada no provenía de ella sino de un cuerpo con el que giraba compartiendo órbita: teníamos un sistema binario formado por una estrella y por algo extremadamente masivo, invisible a la luz, pero capaz de emitir potentes chorros de energía… Ahí estaba Cygnus X-1, el primer agujero negro que pudo detectarse mediante métodos indirectos.
Desde el Complejo Astronómico los Coloraos, en el desierto de Gorafe (Granada) no contamos con medios para observar rayos X (no podríamos a no ser que lanzáramos un cohete espacial, pues nuestra atmósfera no deja que este tipo de radiación la atraviese), pero podemos buscar los efectos que produce el agujero negro en su entorno. Y, por suerte para nosotros, Cygnus X-1 emite unos jets de radiación de manera bipolar, con una gran energía, que acaban colisionando con nubes cercanas de gas. Y en una de estas nubes colindantes podemos apreciar la onda de choque producida por esa emisión del agujero negro, que calienta el gas y hace que brille y sea distinguible a los 6.000 años luz que nos separan.
Es un arco muy tenue que apenas se ve en fotos de corta exposición, pero tener un telescopio de gran tamaño en una cúpula con control remoto te permite vencer al cansancio y al frío, realizando fotografías de larga exposición durante numerosas noches para luego apilar los datos, procesar la imagen y hacer, como por arte de magia, que el arco cobre vida y nos revele al agujero negro responsable, que se esconde tras el brillo azulado de su estrella compañera, apreciable en el centro de la fotografía.
Queremos agradecer a Eric Smith su perseverancia y su pasión, por ser capaz de regalarnos imágenes como estas, que estimulan la imaginación y abren las puertas de un universo invisible. En el Complejo Astronómico los Coloraos despegamos hace un año en un viaje de miles de años luz gracias a las cuatro cúpulas que, mediante control remoto, vigilan el cielo y buscan nuevos objetivos, acompañados siempre de la música y otras formas de sentir el universo. ¿El objetivo? Aprender, divulgar, disfrutar, transmitir, compartir, crear y, una vez más, disfrutar, tanto con las actividades que organizamos semanalmente en nuestro calendario como con los trabajos y observaciones que realizamos a nivel privado y para las instituciones que lo deseen. Lo más increíble de la astronomía es que nunca se acaba, y su grandeza tiene la increíble capacidad de hacernos sentir tremendamente pequeños y, a la vez, tremendamente especiales.
Miguel Ángel Pugnaire Sáez
Director del dpto científico y docencia
Gorafe (Granada)
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